sábado, 3 de diciembre de 2016

El Misterio de la Luz. El arte escultórico de Tótila Albert



Ad portas del centenario del fallecimiento de Tótila Albert (1892-1967), el presente trabajo aborda las claves simbólicas de sus extraordinarias esculturas. Éstas corresponden a dos grandes conjuntos: Por una parte rostros y bustos de personajes conocidos y amigos; por otra parte, a seres y evocaciones donde predominan los trazos de una estilización que confronta la realidad “objetiva”, la realidad precaria y efímera, impulsándose, por el contrario, a una realidad mayor y “subjetiva”, donde se proyecta lo perenne, como un eco vibrante del simbolismo hermético: La creación de una realidad sublime y mágica que anhela la totalidad, la compleción del estado actual por aquél que se alcanza, que se recupera. Son figuras estáticas en las que, sin embargo, predomina el ritmo de formas animadas en lo inmóvil. Se trata de hombres y mujeres que desde lo humano proyectan la reminiscencia divina. Las posturas («asanas») y sus gestos («mudras») son rituales y mágicos y entregan las claves de los signos herméticos. Así se constata especialmente en la tríada conformada por La Tierra (1957), El Aire (1959) y El Nacimiento del Yo (1959): Invocación de la unidad perdida y recuperada que se cristaliza en una geometría intangible donde se vislumbra la totalidad del hombre y de la mujer como símbolo perfecto de lo humano-divino, del mundo y de Dios.

Indudablemente, Tótila Albert es el escultor más importante de Chile, aun cuando el sentido mayor de su arte no es el arte en sí sino algo que se vislumbra más allá de las formas, pues como él mismo señaló: No quisiera que se me considerara escultor ni poeta profesional. Más me interesa esculpir en seres humanos que en arcilla. Ni me interesará, cuando me despida haber dejado escultura o poesía, sino una semilla. Las obras son sólo vehículos para que el espíritu llegue al alcance de los sentidos.

La clave de la comprensión de su arte se descubre en la trinidad –o más bien, la tri-unidad del ser–, es decir, la existencia inherente del componente paterno, materno y filial en cada individuo –¿acaso cada individuo no lleva en sí una parte de su padre y de su madre, siendo al mismo tiempo, una tercera parte diferenciada?–, como expresión y proyección cabal de un estado original y futuro. Esta concepción fue alcanzada en un proceso vivenciado en Berlín durante la década de los treinta. A este respecto, Tótila explicó: Tenía allí la vivencia de haber muerto a modos de ser antiguos. Había vuelto transformado en una Trinidad: El Tres Veces Nuestro (en contraposición al Padre Nuestro), representado por el Padre, la Madre y el Hijo.

Esta Tríada –proyectada por lo demás casi arquetípicamente en las antiguas religiones de modo general bajo la figura del Padre, la Madre y el Hijo– es sintetizada en el Tres Veces Nuestro, concepto sustancial en todo su arte.

Las formas, los volúmenes y sus proyecciones, es decir, la dimensión espacial de la creación de Tótila Albert es portentosa. Su virtud escultórica –reflejo natural de su alma y de la búsqueda espiritual a la cual estuvo abocado–, plasmada en diversos materiales se eleva como una de las más grandes y genuinas expresiones del arte en Chile y en Occidente.

El Misterio de la Luz. El arte escultórico de Tótila Albert. Ediciones Tierra Polar. Santiago de Chile, Octubre de 2016. 234 páginas.