Testigo de la Gran Guerra fue Hugo Roggendorf –un joven de diecinueve años en 1941, cuando se enroló como voluntario en el Ejército en la especialidad de Telecomunicaciones– quien ha entregado el crudo relato de su vivencia tras la capitulación del Reich y su posterior travesía hasta Chile, tierra donde reiniciaría su vida.
Este es un relato rico en descripciones y hechos pero desgarrador por las circunstancias adversas a las que muchos soldados como él se vieron expuestos. Pero la voluntad de vivir fue el motor y la fuerza que impulsó su sobrevivencia. Una frase de Roggendorf quizás ejemplifica su excelso y admirable espíritu: Al momento de la retrospectiva no puedo dejar de lamentar a las víctimas de ambos lados que quedaron en los campos de batalla, en las ciudades bombardeadas y en los campos de prisioneros y de concentración.
Tras el impacto que una experiencia de esa naturaleza produce en el ser humano, no puedo sino condenar, por razones éticas y morales, a todas aquellas iniciativas políticas o de manipulación diplomática que conducen a los pueblos a la guerra.
Es un testimonio que además refleja el dolor y la desolación de mujeres y hombres, algunos conocidos y otros anónimos –que al igual que los héroes que jamás claudicaron en los ideales– se encuentran sumergidos en las nieblas grises del tiempo y del olvido, pero no por ello muertos. Sólo el conocimiento del sentido trascendental del drama cristalizado en la Gran Guerra permite comprender la dicha del historiador enunciada por el profeta del Sonnenmensch, el Hombre-Sol, Friedrich Nietzsche: Cuando oímos hablar a los sutiles metafísicos y a los alucinados del otro mundo, comprendemos, en verdad, que somos nosotros los “pobres de espíritu”, pero también que sólo a nosotros pertenece el reino de la transformación, con la primavera y el otoño, el invierno y el estío, y que sólo a ellos pertenece el otro mundo con sus nieblas sin fin y sus sombras grises y frías.
Esto se le ocurrió decir a uno que paseaba bajo el Sol de la mañana; uno que, estudiando la historia, sentía transformarse sin cesar, no solamente su espíritu, sino también su cuerpo, y que, al revés de los metafísicos, se siente feliz de abrigar en sí, no un alma inmortal sino muchas almas inmortales.
Crónica de un soldado alemán. De Hugo Roggendorf. Edición, prólogo y notas de Rafael Videla Eissmann. Ediciones Tierra Polar. Santiago de Chile, Mayo de 2014. 138 páginas.
Este es un relato rico en descripciones y hechos pero desgarrador por las circunstancias adversas a las que muchos soldados como él se vieron expuestos. Pero la voluntad de vivir fue el motor y la fuerza que impulsó su sobrevivencia. Una frase de Roggendorf quizás ejemplifica su excelso y admirable espíritu: Al momento de la retrospectiva no puedo dejar de lamentar a las víctimas de ambos lados que quedaron en los campos de batalla, en las ciudades bombardeadas y en los campos de prisioneros y de concentración.
Tras el impacto que una experiencia de esa naturaleza produce en el ser humano, no puedo sino condenar, por razones éticas y morales, a todas aquellas iniciativas políticas o de manipulación diplomática que conducen a los pueblos a la guerra.
Es un testimonio que además refleja el dolor y la desolación de mujeres y hombres, algunos conocidos y otros anónimos –que al igual que los héroes que jamás claudicaron en los ideales– se encuentran sumergidos en las nieblas grises del tiempo y del olvido, pero no por ello muertos. Sólo el conocimiento del sentido trascendental del drama cristalizado en la Gran Guerra permite comprender la dicha del historiador enunciada por el profeta del Sonnenmensch, el Hombre-Sol, Friedrich Nietzsche: Cuando oímos hablar a los sutiles metafísicos y a los alucinados del otro mundo, comprendemos, en verdad, que somos nosotros los “pobres de espíritu”, pero también que sólo a nosotros pertenece el reino de la transformación, con la primavera y el otoño, el invierno y el estío, y que sólo a ellos pertenece el otro mundo con sus nieblas sin fin y sus sombras grises y frías.
Esto se le ocurrió decir a uno que paseaba bajo el Sol de la mañana; uno que, estudiando la historia, sentía transformarse sin cesar, no solamente su espíritu, sino también su cuerpo, y que, al revés de los metafísicos, se siente feliz de abrigar en sí, no un alma inmortal sino muchas almas inmortales.
Crónica de un soldado alemán. De Hugo Roggendorf. Edición, prólogo y notas de Rafael Videla Eissmann. Ediciones Tierra Polar. Santiago de Chile, Mayo de 2014. 138 páginas.